9 diciembre 2013

Paremos el ajetreo mental: meditemos

¿Qué nos imaginamos al escuchar la palabra “meditación”? En unos monjes del Tíbet con túnicas y sin zapatos, o tal vez en un grupo de jóvenes que quieren la paz mundial. Pero la meditación es mucho más cercana que eso.

Pensemos en un momento de nuestras vidas, cualquiera, en la cola del supermercado o esperando el metro. Cuántas cosas pasan por nuestra mente: los pendientes, lo bueno que estuvo el fin de semana o que para variar estamos atrasados. Estamos acostumbrados a pensar, pensar, pensar.

Lo bueno de la meditación (y lo que a su vez la hace difícil) es que se trata de todo lo contrario. Busca calmar esa corriente constante de ideas que nos llenan la cabeza y que no nos dejan estar en silencio ni un segundo. O sea es vivir el presente, pero en serio.

Incluso se usa como terapia. Niños diagnosticados con déficit atencional han tenido avances en la memoria y la conducta luego de tres meses de práctica. Y para los grandes, el Mindfulness combate el estrés de sus pacientes poniendo total atención en las sensaciones y pensamientos.

¡Vamos que se puede!

Conversando con una amiga me dijo que tenía demasiadas cosas en la cabeza como para intentarlo ¿pero quién no? Algunas personas son más dispersas que otras, pero a todos se nos hace difícil callar la mente. Lo que pasa es que la mayoría de nosotros tiene otras dos mil otras cosas que hacer y meditar es difícilmente una prioridad.

Si tienen ganas de, al menos darle una oportunidad, busquen un lugar donde puedan sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas. Hay varias formas para hacerlo un poco más fácil: la idea es darle una tarea a nuestra mente, mantenerla “ocupada” pero a la vez, serena. La que mejor me funciona es concentrarme en la respiración, atenta a la inspiración y a la espiración.

A medida que practicamos la meditación, se vuelve más fluida y la mente está más calmada, dejando al menos por un rato de lado los pensamientos que quieren volver a ponernos en ese estado de ajetreo constante. Es un desafío, pero no se trata de estar una hora sentados para terminar acalambrados y frustrados porque no lo logramos. Diez minutos al día es suficiente para empezar y les aseguro que van a sentir un cambio.

Los invito a probarlo ¿se atreven?

Catalina Avendaño

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