28 marzo 2017

¿Qué tal La Bella y la Bestia? Espero que anden con tiempo…

Estoy desencantado con el cine, cabros. Y quiero advertirles al tiro que no se trata de un caso de “crítico amargo” que “ya no disfruta nada” o que quiere hacerlos ver películas de algún director europeo seriote porque Hollywood solo hace cosas superficiales. Para nada. A mí me gustan las películas palomiteras. Me gusta Hollywood, la acción, los superhéroes, la fantasía y los efectos especiales. Siempre me gustaron. La primera película que vi en un cine fue Furia de Titanes, con unos monstruos de stop-motion que te encargo lo bellos. Se podría decir que esa película es el equivalente actual a, qué sé yo, un estreno Marvel: Una película basada en material pre-existente (la mitología griega), con superestrellas para darle peso (Lawrence Olivier) pero pura gente bonita aceitada de protagonista (Perseo parece portada de novela sensual). Tenía además muchos efectos especiales (monstruos, semidioses, el caballo con alas, una Medusa que no se me va a olvidar jamás), y personajes chistosos para entretener a los cabros chicos (un búho mecánico que es tan copia de R2D2 que los demandó C3PO).

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En esta época las películas fantasiosas llenas de efectos especiales eran una excepción y no la regla. Sacaban muy pocas al año, y me da la sensación de que era una época en que los que hacían estas películas eran “artistas” que hacían lo que les apasionaba, y lo que nadie más podía hacer salvo ellos. Para cualquiera que creció viendo (y buscando) estas películas, es una época de “nombres”, porque eran los “especialistas”. Los que hacían estas películas. Los nombres grandes eran los primeros que nos aprendíamos: Steven Spielberg, George Lucas, James Cameron, John Carpenter, Sam Raimi. Esos eran los “maestros”. Pero también había nombres más “obreros”, y que eran tan secos en lo suyo que uno también se aprendió sus nombres. Gente como Stan Winston (diseñó el Depredador, Terminator), Rick Baker (el maquillaje de Un hombre lobo americano en Londres y Thriller de Michael Jackson), Rob Bottin (La Cosa), Chris Walas (Gremlins, La Mosca), etc. También nos sabíamos los nombres de Stephen King o de Clive Barker, y hasta de los que hacían la música como Jerry Goldsmith, John Williams, Christopher Young. Toda esta gente era la que la llevaba en este tipo de cine, y uno sentía que eran los “especialistas”. Los que le ponían su propio sello a todo lo que hacían. En esta época las Star Wars salieron con tres años de diferencia cada una. Aliens y Terminator 2 aparecieron porque un compadre encontró una historia digna de contarse, y nosotros como espectadores nos dimos cuenta.

Con el correr de los años, todos los que crecimos en esta época terminamos mandando en la taquilla, y los de Hollywood se dieron cuenta de que esto es lo que queríamos ver. Fantasía, superhéroes, galaxias lejanas, muy lejanas. En resumen: las mismas cosas que vimos cuando chicos. Y la tecnología se encargó de que ya no fuera necesaria la “especialización” que existía en la época dorada del cine de género, y más o menos desde los dos mil en adelante ya no se necesitaban tres años para diseñar una película con muchos efectos especiales. Ahora todo se podía hacer más rápido, porque si algo ha demostrado el mercado fliméfilo, es que lo que importa es cuánta gente va a ver la película. No que salga contenta, ni que quiera repetirse la película, ni comprársela en BluRay. Lo que los estudios quieren conseguir ahora es lo mismo que mi querido enemigo el azúcar: hacerte adicto a punta de una maldita compensación inmediata, cuyo efecto se disipa rápidamente. Y, no lo sabré yo, es una estrategia exitosa.

Por eso que todas las semanas hay un estreno nuevo lleno de efectos especiales con tráilers vendedores que te dejan con la boca abierta, y que inevitablemente son parásitos de algún producto ya existente. Por eso también los cineastas están cada vez menos interesados en las cosas que antes importaban: los personajes, la historia, crear una iconografía única y propia. Hacer buenas películas, al fin y al cabo.

Cuando Suicide Squad, por ejemplo, usa Rapsodia Bohemia en sus tráilers está ganándose nuestro afecto confundiendo nuestros sentidos y nuestra memoria emotiva, y nos deja a todos convencidos de que es una película imperdible que tenemos que ver. Claro, por tratarse de un grupo de “superhéroes” más “nuevo”, con muy pocos elementos reconocibles (un “Joker” nuevo, en un “universo cinematográfico” que aún no conquista al público), los compadres debieron pedir refuerzos, y ahí entra Queen con su himno inolvidable. No se confundan, la canción no tiene ninguna importancia en la película, no conecta con nada, ni es trascendental para nada. A diferencia de otros usos “caprichosos” de canciones (Tarantino), esta canción está en los tráilers para que uno haga la conexión en su cabeza, para que armemos una posible historia en la que encaja, y así, felices, y ayudados por las imágenes de explosiones y efectos especiales y Margot Robbie, nos hacemos nuestro propio fan-fiction en la cabeza,durante los meses en que se estrena la película, y compramos la entrada felices. Y después la película nos apunta con el dedo y nos dice “Guajá, cayeron”.

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Porque nos encanta caer, qué nos hacemos los lesos. Yo mismo declaré en estas páginas haber llorado solo por ver el Halcón Milenario en el teaser de The Force Awakens. Ni hablar del “Chewie, we’re home”. Yo creo que a todos nos ha pasado con algún tráiler últimamente, ese pequeño destello de placer que nos da ver aparecer a Spider-Man en un clip de Civil War, o el silbido de “bare necessities” en el tráiler de El libro de la selva, o la musiquita de Harry Potter en Animales Fantásticos. Si sintieron esa subida de azúcar, lo más probable es que terminaron yendo al cine a ver esas películas, incluso puede que hayan salido contentos del cine.

¿Pero exactamente qué fue lo que nos dejó contentos? ¿Que fueron experiencias cinematográficas plenas y satisfactorias, o que nos entregaron una dosis de la droga que nos gusta, con una recompensa tan inmediata como el tráiler?

Siento que hoy día este tipo de cine, que terminó apoderándose completamente de la cartelera mundial, no lo hace gente que quiere hacerlo. Lo hace gente que puede hacerlo, y que debe hacerlo para cerrar el año con números azules. Hoy en día casi no hay Steven Spielbergs, ni James Camerons, ni George Lucas. No me malinterpreten, sé que esos señores están vivos y haciendo películas, y de alguna manera siguen siendo lo que eran antes: exploradores. Estos tipos buscaban (buscan) nuevas formas de contar mejor sus historias, inventaron tecnologías, agarraron artesanos y los empujaron a inventar todo lo que se usa hoy día. ¿Pero hay alguien haciendo esa misma “exploración” ahora?

Ojo que no crea que todo este tipo de cine es malo. Todavía queda gente que se nota que anda buscando algo, que tienen cosas que decir, y que tienen un ojo increíble para escenificar todo. Y algunos han demostrado que se puede jugar a este juego de la nostalgia y así y todo hacer películas buenas. Gente como Ryan Coogler (Creed) o Gareth Edwards (Godzilla). Pero en general estamos en la era de la fábrica de salchichas, donde las películas se ensamblan y se estrenan rápido, por gente que puede hacer cualquier cosa con la magia digital pero que no quieren experimentar (o no pueden), porque no hay tiempo o porque no tienen talento, y a Hollywood le da lo mismo porque el negocio funciona igual.

Tomemos un ejemplo reciente. Muy reciente. Probablemente todo el mundo tenga ganas de ir a ver el nuevo estreno de Disney, La Bella y la Bestia. Es una versión con actores de carne y hueso de la famosa película de monitos que muchos llevan amando toda la vida. Estoy seguro de que tendrá buenas críticas, y que mucha gente saldrá contenta del cine, con aún más cariño por la historia que vieron de niños. Pero me temo que estamos ante un ejemplo más de película ensamblada en serie, donde cualquier reacción positiva que exista será efecto de la nostalgia, y de algún mecanismo de compensación inmediata de rápida combustión.

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Están las canciones, están los vestidos y las líneas de diálogo de la película original, todo muy bien hechito y con aciertos bien buenos (Emma Watson, Ewan McGregor) y otros más o menos (Gastón, ¿qué pasó? ¿Henry Cavill estaba ocupado?), pero no hay mucho más. Como muchos otros estrenos de los últimos tiempos, La Bella y la Bestia es otra película que es parásito de otra, que busca provocarnos una subida de azúcar lo más rápido posible y usando recursos muy poco nobles como apelar a nuestra infancia y momentos felices.

Y quiero aclarar ahora mismo que yo también caí en esas trampas, obvio. Es la primera reacción, ponernos felices y aplaudir. Me pasó con Rogue One, una película que juega abiertamente con la nostalgia, mostrando momentos que empalman con una saga que muchos amamos. Ahí lo enmascaran más, lo filman bien, los buenos momentos tienen más alma, y se siente como una película que alguien quiso contarnos, con escenas para dejarnos con la boca abierta. ¿Nos quedaríamos con la misma boca abierta si NO hubiésemos visto tantos años Star Wars (1977)? Obvio que no, es una película parásito igual que La Bella y la Bestia. Por lo menos le pusieron más pino, e inventaron una historia para calzarnos mejor la nostalgia. Pero es lo mismo.

En la función de La Bella y la Bestia a la que fui, escuché suspiros, gritos, aplausos y estallidos de alegría repentinos, pero estoy seguro de que absolutamente todas estas reacciones fueron por algo en la pantalla que recreaba un momento en la película original. La escena del baile con el vestido amarillo es bella, porque era bella en la película original, pero el peor crimen de la película es que nada es mejor que en la original, porque no se siente esa necesidad imperiosa de contar una historia. Al igual que en otros estrenos recientes como Suicide Squad o Kong, los momentos “importantes” ocurren porque sí, como alguien tachando cosas en una lista. El resultado no es tan terrible como en esas otras películas, por lo cerca que sigue la ruta de la otra película, pero se siente igual de sin compromiso. ¿Un ejemplo? El final.

Advertencia: Voy a hablar del final de La Bella y la Bestia (2017), que es exactamente igual al final de La Bella y la Bestia (1991) por lo que técnicamente no es un spoiler pero igual por si hay alguien sensible, mejor que no lea. Aquí voy. Cuando Belle por fin ha aprendido a amar a la Bestia, se produce un silencio terrible en que todos creemos que la Bestia ha muerto pero nadie lo creyó por un segundo. Es un momento importante en la película, muy dramático, donde se ve que caen gotas del cielo, en un llanto poético y emocionante. El silencio es muy fuerte, y de a poco los destellos del hechizo empiezan a iluminar la pantalla y PUF, la Bestia es de pronto un hermoso minurri de pelo largo y piel bronceada. Belle, siendo la mujer compleja y para nada superficial que es, mira al minurri con desconfianza, inmune a su atractivo físico. Entonces un primer plano a los ojos del príncipe nos comunica que ella lo reconoció por su mirada. Y solo entonces se da cuenta de que es su Bestia, y lo abraza y lo besa y fin. Es una escena muy efectiva que usa el lenguaje cinematográfico para comunicar información y emoción. El silencio, los primeros planos, los colores. Bueno, veintiséis años después y con la tecnología avanzada como en un mil por ciento, los peliculastas construyen esta escena sin nada de cariño. No hay lluvia, no hay silencio (todo ocurre rapídisimo) y aunque está el primer plano a los ojos del minurris, no está su importancia. Porque esta película no ha hecho nada antes por establecer la mirada de la Bestia, ni su significado para Belle. La escena funciona igual y la gente se pone contenta aunque la película no tiene alma. Es porque estamos recreando la película anterior en nuestras cabezas, y nada más.

Y yo creo no es solo el final, toda la película sufre lo mismo. Se siente apurada, se siente trámite, y se siente sin muchas ganas de contar la historia. Me pregunto si soy el único decepcionado con el diseño y ejecución de la Bestia. Se parece al dibujo original, y tiene buenos momentos (su sonrisa), pero es increíblemente poco expresiva. Si ven la película de dibujos animados apreciarán que la animación de la Bestia es la verdadera alma de esa película. Su frustración, su pena, su soledad. Este Bestia es muy de plástico, y pareciera que los peliculastas no le tienen ni cariño, ni miedo, ni lástima. Cosas que sí pudieron transmitir con dibujos animados. Literalmente dibujos animados. Y no me vengan con cosas, estamos en una época en que pueden hacer a César de Planet of the Apes, a Gollum, incluso a Hulk. Pero ahí queda esta Bestia, planita, sin nada que la haga memorable, sin una “actuación” que disfrutar. Creo que hasta Beast de las X-Men tiene más perso.

“Qué monotemático, te quejaste de lo mismo con Skull Island. Y me voy a seguir quejando, porque siento que los peliculastas nunca habían tenido tanto juguete tecnológico para hacer sus películas, y sin embargo prefieren darnos dos cucharadas de azúcar para que sintamos el placer inmediato, en vez de prepararnos un plato de comida con chanchadas deliciosas y nuevas que nos vuele la cabeza.

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¿De quién es la culpa con La Bella y la Bestia? Yo creo que el peliculasta no tiene mucho ojo para mostrarnos las cosas, y también pienso que Disney está haciendo su propia “imagen corporativa” con estas películas “live action”, que han sido iguales desde Tim Burton’s Alice in Wonderland. Son películas con mucho color, pero como si le hubieran pasado una capa de cenizas encima. ¿Se han dado cuenta? Aunque los verdes o rojos sean intensos, los fondos suelen ser grises, deslavados, como si un parque lleno de flores tuviera un incendio forestal al lado. Maléfica, Oz el poderoso, El libro de la selva, la Cenicienta y ahora La Bella y la Bestia tienen todas esta misma estética, que comparada a cualquier dibujo animado parece en blanco y negro.

Siempre es mal argumento invocar a los muertos, pero apuesto que Walt Disney se está revolcando en su cámara criogénica con todas estas películas. Si algo siempre le gustó a Disney fue innovar, buscar la expresión máxima usando toda la tecnología que tuvo a mano, en proyectos sumamente personales que casi siempre sedujeron a todo el mundo. Nada de esas cosas cuadran con esta época de tráfico de azúcar, especialmente porque todos quieren ver las mismas historias, ojalá bien parecidas al huésped que parasitan. Y tampoco culpo a esa gente, creo que cuando más fracasa La Bella y la Bestia es cuando se aleja del original (otro ejemplo: Los diseños de la tetera y la tacita. ¿Han visto esas fotos de gente que hace “faceswap” con objetos? Eso parecen la tetera y la tacita. En otras palabras, abominaciones).

Supongo que lo que quiero es que se vuelvan a hacer películas con historias que los peliculastas quieran contar, con gente que sepa contar esas historias. En 1991 artistas y animadores crearon una paleta de colores, diseñaron personajes icónicos y compusieron canciones que no se nos olvidaron más. Hoy día aplaudimos y suspiramos porque escuchamos la misma canción, y porque Emma Watson está con ese vestido amarillo bailando con una Bestia. Peliculastas, piensen en la generación que viene, ¿de qué van a hacer remakes? Inventen algo icónico, algo que no hayamos visto antes, y basta de hacernos caer apelando a nuestras infancias, nuestro cancionero, nuestra biblioteca. Los de Hollywood se están comportando como si esta fuera la última generación de contadores de historias, y sé que eso no es cierto.

O quizás debería quedarme callado no más, y retirarme. Sé que a mucha gente le gustan este tipo de películas y detestan que alguien como yo venga a aguarles la fiesta. Quizás las películas que me gustan a mí ya no le gustan a nadie, y mejor me guardo mis King Kongs, mis Star Wars, mis Lion Kings, mis Aliens y mis Predators en lo más profundo de mi alma, porque ya fue y chao. Fue bueno mientras duró. Yo sé que el cine masivo de entretenimiento puede ser más. Ni tanto más tampoco, pero más al fin y al cabo. Incluso usando la nostalgia. Ahí están Mad Max Fury Road, Creed o Trainspotting 2 y Split si quieren ejemplos recientes. Se puede.

Hermes El Sabio

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