7 noviembre 2018

Voto electrónico: ¿sí o no?

Las elecciones legislativas en Estados Unidos es el tema del momento por su alta convocatoria, lo que al mismo tiempo desnuda la fragilidad del sistema de votación electrónico con máquinas averiadas y falta de servicio técnico que provocó largas filas, variadas quejas y mucha incertidumbre. ¿Lo más moderno siempre es mejor? A veces, no.

La llamada votación “mid-term” en Estados Unidos ha desatado un fuerte debate político y social, ha generado apasionadas campañas sobre la importancia de votar y de renovar las sillas parlamentarias, pero como no soy analista internacional, ese peliagudo tema se lo dejo a los expertos. Me interesa la tecnología del voto. Sí, en Norteamérica el voto electrónico está instaurado hace mucho tiempo y para ellos es parte natural del proceso, pero después de las muchas fallas y caídas que se han reportado, ellos mismos se están replanteando volver al monopolio del viejo pero confiable papel y lápiz. En Chile nos funciona de lo más bien, ¿no? Salvo contadas excepciones, nuestro sistema es rápido y transparente, ejemplo a seguir para todo el continente. ¿Por qué habría que cambiarlo? ¿Deberíamos? Yo que en general voy a todas las revoluciones en primera fila, en este tema me declaro conservadora y me guardo la bandera del cambio.

El voto electrónico siempre ha estado bajo una gruesa lupa alimentada por demagogos y paranoides, pero también por investigadores serios. Hay que reconocer que entre sus argumentos hay un par que merecen ser escuchados y considerados. Por ejemplo, después de una consulta pública que se realizó en abril para tantear terreno, Servel terminó por aceptar que aún no hay ninguna empresa que provea máquinas de alto estándar y ofrezca un proceso limpio de toda duda para modernizar el sistema en nuestro país. Para caídas ocasionales mejor nos quedamos con los humanos, que sumado todo el contingente necesario para cada temporada electoral, sigue siendo más barato y fácil de implementar que un sistema altamente tecnologizado. La maquinaria averiada o sin servicio técnico disponible en EE.UU. generó filas de varias horas, personas que desistieron de votar e incluso errores de identificación, lo mismo que podría suceder con el sistema convencional, así que, en ese aspecto, no valdría la pena el cambio. Porque exigimos eso a la tecnología: que sea perfecta, que sume y solucione, no que mantenga los mismos ripios pero en otro formato.

Yo diría que el segundo argumento es realmente el más importante: la facilidad de hackeo. Es el más utilizado por los desconfiados, y no los culpo. Desde una intrusión orquestada por algún partido político hasta las garras de Anonymous gritando alguna consigna social, en el mundo del código todo es posible detrás de un teclado y lo sabemos. Acercarse a una máquina tipo cajero automático, pulsar en la pantalla tu elección de candidato y listo, sin mayor evidencia de mi ejercicio republicano –y de que mi elección será respetada como corresponde– te deja con una incertidumbre de aquellas. Y sé que pierdo todas mis credenciales millennial diciendo eso, pero justamente porque me rodea la tecnología es que entiendo sus alcances, beneficiosos o malignos. Pueden ser errores involuntarios del aparato, como pulsar “sí” y que se registre un “no”, o intervenciones maliciosas programadas en línea para manipular los números, considerando todas las posibilidades intermedias. Justamente, son demasiados los flancos abiertos como para asegurar la viabilidad del proceso. Además, la marca en un papel que luego se sella no sólo deja tranquilo al votante sino le da también una impronta de “realidad” a la jornada de votación, algo que la virtualidad de la pantalla aún no logra traspasar.

En todo caso, que no panda el cúnico por estos lados: Servel dijo que la implementación del voto electrónico en Chile no es posible en el corto plazo. Aún tenemos tiempo para seguir observando procesos democráticos ajenos y apuntar con el dedo sus fallas y caídas. Es una manera válida de aprender antes de pegarnos un costalazo. Dejando a un lado por el momento la clásica resistencia al cambio de la sociedad chilena, la que muchas veces es un lastre, pues nos mantiene pegados en el tercermundismo, hay otros momentos en que lo tradicional nos salva, en que menos es más. En otras palabras, no todo lo moderno es mejor porque sí, y si me piden marcar un voto, por ahora, voy por un grafito número 2.

Fran Solar

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