27 noviembre 2014

¿Se te pegó la canción?

En español no tenemos términos tan graciosos como gusano del oído (earworm) o chicle del oído (chiclete de ouvido), pero inequívocamente hemos pasado por la experiencia de llevar por varias cuadras una canción llegada de la nada y lo que es peor, en un bucle sonoro que sólo repite una parte específica.

Una amiga siempre se reía cuando leíamos noticias que comenzaban: «un estudio inglés reconoce que…». Qué increíbles los estudios ingleses. En este caso no fueron sólo los ingleses de la Universidad de Manchester, sino los holandeses de la Universidad de Amsterdam quienes generaron una plataforma de consultas on line que se denominó Hooked on Music y establecer la conducta de las personas en torno al reconocimiento de una muestra de temas de la música popular.

Hace un par de semanas enviaron un conteo parcial de 20.000 respuestas y se eligió la canción más pegajosa: Wannabe, de las Spice Girls (1996), la reina del festival del chicle del oído.

Los especialistas han indicado varias causas de esto. Mi ídolo personal, Daniel Levitin, indica que la capacidad del cerebro de recordar a largo plazo determinadas canciones resulta una estrategia de sobrevivencia biológica, ya que le asigna a la música, y a determinado tipo de canciones, la capacidad de resumir información valiosa para lo que finalmente estableceremos como nuestra música, como parte de nuestra cultura….. es lo que nos hace sentir que la música de los chinos o los japoneses no es algo que entendamos a la primera, más bien, sabemos que no es nuestra música simplemente porque el tipo de canciones que determinamos como nuestras están enganchadas en lo más profundo de nuestra red neuronal.

Otros investigadores van más allá y culpan a la repetición ambiental y a nuestra capacidad compulsiva de réplica de los estímulos. Esto da para otro post, es largo de explicar, así que les pido un voto de confianza cuando les cuento que repetimos las acciones que percibimos y que cuando una canción la pasan mil veces por la radio, la escuchamos silbar o en los ring tones, nuestro cerebro, un día cualquiera de una mañana cualquiera, se levanta bailandoooooooooooooooo, bailannnnnnnnndooooooooooo.

Los reyes de la simpleza

El nivel de complejidad de cada uno de nuestros procesos de comprensión de nuestro propio cuerpo, y del mundo que nos rodea, deja pequeños momentos de placer en acciones tan simples como explotar burbujas de plástico, sacarnos las mini costras de las heridas, enroscarnos la punta del pelo o entonar la música que esté en el aire simplemente porque si, porque no da problema, porque sale fácil y nos recompensa emocionalmente con la sensación emocional de que sabemos algo. ¡Wowww! Así, lo que parte como un ejercicio lúdico de If you wanna be my lover, you gotta get with my friends…Make it last forever friendship never ends… podría durar varias horas.

¿Y qué se hace?

Evidentemente las maniobras distractoras son el primer paso para la erradicación del famoso gusano. Terminar la canción y empezar otra a veces resuelve el problema, pero si no, tendremos que optar por actividades más intensas como puzles, sudoku o ninja fruit.

La próxima vez que lleguen quejas al departamento de reclamos del cerebro porque se levantó sin saber por qué cantando: «Loca… loca… loca…. Te volviste loca….», sea condescendiente con los mecanismos que permitieron que, tanto como los porotos, sepamos indudablemente que Chico Trujillo es de los nuestros y que se lo podemos prestar a las japonesas de vez en cuando.

Alicia Pedroso

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