28 julio 2015

Tras las huellas de los dinosaurios

Me encontraba en Cochabamba – Bolivia cuando decidí emprender rumbo al parque Nacional Toro Toro, el cual muy pocos turistas conocen e incluso es desconocido por muchos locales.

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El bus salía a las 6 de la tarde y por supuesto se atrasó en más de media hora. En junio a las 18:00 oscurece por estos lados,  por lo que durante gran parte del camino no se veía nada y entraba un polvo por las ventanas que me hacían estornudar y sonar cada 5 minutos. Por cierto cada vez que lograba ver algo del camino, sentía que íbamos a caer en algún acantilado.

Las serpentinas de cumpleaños tienen menos curvas que este camino de tierra, piedras y hoyos, con subidas y bajadas por mil. Solo esperaba que el chofer no pestañeara. Con razón 120 km tenía una duración de 4 horas, lo que en realidad demoró casi 6, o sea, si esto no es el camino de la muerte no quiero ni imaginar cómo es el real, porque francamente fue del terror.

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Todo podía ser peor: La hospedería

Llegando a la hospedería, todo fue aún peor que el viaje. Si bien las habitaciones y las duchas con agua caliente salvaban, no puedo decir lo mismo de los baños. Mi estómago no era capaz de evacuar ahí. Al menos no pase frío en el saco que evidentemente utilicé (no solo para evitar el frio, sino también para no tocar las sabanas). Ordené mis cosas, dejé con llave y partí a recorrer el pueblo esperando no tener que volver hasta bien tarde.

Llegar a Toro Toro

Llegué a la plaza principal donde pude contratar el primer tour hacia El Vergel, esta ruta es donde vería huellas de dinosaurios y un gran cañón, ambas cosas por las que vine.

Según cuenta la historia años atrás esta zona sufría de fuertes lluvias y grandes inundaciones, razón por la cual los pobladores cuando buscaban y preguntaban por su ganado perdido, otros respondían «está allá cerca del turu turu», lo que en quechua significa barro barro, con el tiempo la palabra se fue españolizando hasta llegar a Toro Toro.

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Comenzaba entonces nuestra caminata cerca de las 11 am hacia «Cerro Huayllas» donde se encontraron las primeras huellas de dinosaurios, Saurópodos y Terópodos, vegetarianos y carnívoros respectivamente.

Cuesta imaginarse (o en realidad no me cuesta mucho) que cientos de inmensos animales vivieron en este espacio, claro que según me indicaron la vegetación era distinta y por tanto lo permitía, tenían mucha más comida que la existente hoy en día. Lo que me parece extraño es que en años o desde que se descubrieron estas huellas,  no hayan llegado mayor cantidad de científicos a explorar, peor aún, jamás se ha encontrado algún esqueleto. Quizás sólo estaban de paso, pero por las explicaciones del guía, no solo lo estaban, sino vivieron aquí por mucho tiempo, quizás entonces serian como los pájaros que emigran cada cierto tiempo y «perhaps» se fueron a morir a otro lado. Vaya a saber, no tengo mayores conocimientos, pero ahora tengo dudas existenciales que jamás antes tuve.

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En una de las paradas que realizamos para descansar me pregunta qué edad tengo, le digo, 40. A lo que me responde: ¿40? ¡Pensé que tenías unos 25! Entonces, le digo… “claro con 25 y en estas condiciones paupérrimas era para espantarse, ¿no?”, “claro me dice, ahora entiendo todo” a lo que dimos una gran carcajada, de ahí en adelante se fue despacito, siendo benevolente con esta pobre anciana.

Camino a la cascada pasamos primeramente por el «Cañón el vergel», con un mirador recién inaugurado y una vista privilegiada de aquella maravilla.  Antes de llegar el guía diviso una víbora que tomó por la cabeza, casi me dio soponcio al ver como la agarraba, era pequeña y según él no era venenosa, me alejé por si acaso, solo salir de ese pueblo tomaría más de 5 horas, tiempo en el que de seguro ya estaría muerta. No, no, no, tan arriesgada no soy señores.

Llegamos al pueblo y yo con ganas de almorzar, ducharme, escribir y dormir para despertar temprano y realizar esta vez junto a otros turistas la expedición que según me indicaron seria aún más difícil. Me acosté pensado en descansar lo suficiente para tener las energías para el día siguiente.

Un día complicado

A las 7 de la mañana nos estaría esperando el cura español del pueblo, quién amablemente nos llevaría a 5 turistas, más el guía a nuestra primera caminata. Partimos nuestra caminata por la «ciudad de Itas» donde nos fueron explicando acerca de las personas que vivieron en el lugar y acerca de las cuevas que ahí se han encontrado, subidas y bajadas, menos complicadas a mi parecer que el día anterior, y luego la llegada a la cima con una vista que ya ni se cómo explicar, simplemente fuera de serie.

Tomamos nuestro desayuno en la cima para luego reunirnos con el padre quien nos trasladaría a lo que sería la última expedición del día, “Umajalanta”, una cueva gigante de varios kilómetros, donde comenzamos aquella complicada travesía, con casco, linterna, sin mochilas, ni cámaras. Subir y bajar en esta oportunidad era lo más fácil, ahora lo complicado era pasar arrastrándose por pequeños espacios rocosos, mojados con barro y luego bajar y subir con cuerdas cual escalador. Al final terminó siendo menos cansador de lo pensado, más bien las caminatas con subidas y bajadas a pleno sol son las que me matan. Muy entretenida experiencia, y lo mejor es que al día siguiente amanecí con menos moretones y adolorida de lo pensado.

A nuestra vuelta ya cansados, conoceríamos a don Mario Flores y su caminata de 12 horas para llegar al pueblo de Toro Toro con tal de vender sus abonos de animales, 12 horas de vuelta caminando le tocaría, pero hoy estaba de suerte y el curita lo llevaría al menos de ida.

Terminaba mi día en aquel pueblo y donde obviamente me cambie de hostal para pasar una mejor noche y con un baño decente. Tocaba volver la próxima mañana a Cochabamba para luego partir a Villa Tunari, esta vez debido a que era de día pude apreciar el maravilloso camino por donde vine aquella noche tenebrosa, que ahora de día se apreciaba la belleza pero también el peligro que de igual modo era menos de lo imaginado.

Jeannette Zarate

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