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El chivito uruguayo

Uruguay tiene uno de los sánguches más monstruosos que se pueda encontrar por este lado del planeta. Si van a andar por ahí, por favor no dejen de probarlos y ojalá sáltense el desayuno previo, porque es para quedar listos para una siesta.

El chivito es una oda al colesterol pocas veces vista en cuanto a sabor. Inventado en los ’40 por el desaparecido Antonio Carbonaro, dueño del restaurant “El mejillón” de Punta del Este.  Este señor es en mi humilde opinión es un iluminado que merece beatificación como mínimo. Alabado sea el día en que tras un apagón llegó una clienta mañosa a su boliche pidiendo comer carne de chivito, y ante la escasez del producto la inventiva pudo más y le entregó lomo y jamón. Señora feliz y un sánguche nuevo que con el tiempo prendió tanto la idea que se llegaron a vender más de 1.000 por día.

Imagínese pan frica (“tortuga” le dicen los uruguayos a una versión más grande que éste), lomo o churrascos gruesos de vacuno hechos en una plancha caliente con aceite de oliva y sal, torrejas de jamón cocido, queso mozarella fundido, tocino, huevo frito o duro, lechuga, mayonesa y rodajas de tomate. ¿Y ustedes creen que eso para ahí? No pues, porque además se acompaña con ensalada rusa, o papas fritas o  incluso ambas.

En algunas partes se ponen más creativos aún y personalizan esta maravilla agregándole aceitunas verdes, cebolla, champiñones y trozos de morrón rojo. Para llorar de emoción, la nomenclatura del chivito da origen a sus versiones tradicional, canadiense y al plato dependiendo de lo que contenga.

Así que ya lo saben, si pisan Uruguay sabrán que es un crimen ir y no comerse uno, pero si se antoja mientras, les cuento que lo encuentran en Parrilladas la Uruguaya y en varias nuevas sangucherías chilenas donde también lo han incorporado a sus cartas. Si aún no lo han probado, pídanse uno y les aseguro que va a quedar listos para dar la vuelta olímpica o incluso saltar en el tablón. Porque da lo mismo el color de nuestras selecciones, con un chivito siempre va a ganador ¡y que suene el bombo!