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Buscando la medialuna perfecta

flickr.com/photos/fortes

La primera vez que comí medialunas fue en Buenos Aires. Me volví fanática de inmediato, y como sabía que en Santiago todavía no era fácil encontrarlas, esos días estuve tan interesada en pasear como en probar la mayor cantidad de medialunas posibles. Y por suerte para mí, en casi todas las esquinas de esta ciudad hay un café o almacén donde encontrarlas.

De la medialuna, me fascina la forma en que está preparada… su textura esponjosa y suave, su forma y su sabor no se comparan con ningún otro tipo de pan. No hay ninguna igual a la otra y me gustan todas: con y sin relleno, con azúcar flor, pintadas con ese almíbar que se pega en los dedos o sin él, más o menos dulce. En Buenos Aires incluso probé un sándwich salado en una medialuna dulce; la perfección. Pero si está rellena, hagamos las cosas bien y que sea con dulce de leche porque perdonando a nuestro rico manjar… nada supera al dulce de leche.

Además, siempre que como medialunas estoy en un buen momento; por ejemplo con un café y una buena conversación, o acostada en mi cama una mañana de domingo. Me trae cosas buenas.

Radar medialunístico

En Santiago no he comido medialunas tan buenas como las que hay en Buenos Aires. Y he probado, créanme que he buscado y probado varias. Quizás porque la receta no es nada de fácil y vez se necesita de mucha experiencia para hacerlo bien, y en Chile hace poco que las vemos en todos lados.

En Santiago he comido buenas, pero todavía no encuentro la medialuna perfecta. Estos tres son los lugares donde suelo ir cuando me baja el antojo (como el que me dio cuando empecé a escribir este posteo):

Café, medialunas, una buena conversación y no tengo nada más que pedir. De la comida, me encanta que une a la gente y nos hace juntarnos con la familia y los amigos, pasarlo bien y disfrutar de la vida. Y si está relleno de dulce de leche, mucho mejor.