3 diciembre 2014

Viajar, una ruta de introspección

A mí me sucedió viajando por Europa. Viaje en el que comprendí, además, que se puede andar liviano por la vida y que todas las aprehensiones son por esa manía de sobrevalorar lo material. Aunque quisiera llevar más era imposible, por algunos vuelos que tomaría lo máximo que podía cargar de líquidos y cremas era esa pequeña y típica bolsita Ziploc ¡nada más! y el equipaje máximo es un bolso de 55x40x20 cms,  ¡y lo medían! Todo lo extra a la basura, en el caso de líquidos, y multa, en el caso de la maleta.

Todo generaba una atmósfera que centraba la importancia en lo esencial, en aquello que comúnmente se vuelve invisible a nuestros ojos por el stress y las exigencias cotidianas. Un evidente cambio de ritmo en el que sólo importaba planificar cada día con el objetivo de asombrarse en cada rincón, en cada trozo de historia, en cada espacio típico de la zona o probando algún plato tradicional.

Cada ciudad tenía una onda muy distinta, desde el transporte hasta los ritmos de la ciudad y sus habitantes, en cada lugar la valoración máxima era la detención, la contemplación y tratar de absorber con todos los sentidos el presente.

En esa observación permanente fui haciendo un proceso personal, aprendiendo de mi misma en esos espacios en los que mi desenvolvimiento era la única posibilidad de comunicarme con otros o no, primero fue inconsciente, pero cuando fui sintiendo las transformaciones que experimentaba en cada lugar, daba los tiempos necesarios para que mis sentidos se apropiaran de cada pensamiento y se nutrieran de esa diversidad cultural que ofrece el viejo continente. Recuerdo en la piel la lluvia en Londres justo fuera del Tate Modern Art, toda la gente corría a refugiarse en algún lugar mientras yo abría mis brazos y disfrutaba cada gota, sintiendo Londres en cada partícula de agua, fue un momento inolvidable.

Parecía que la inmensidad de la historia que veía frente a mis ojos era la incorporación permanente de mi historia de vida presente en el presente. Comenzar a tomar el peso real de las situaciones, de las decisiones y de las relaciones, el cómo estoy llevando mi vida y como genero esos espacios compartidos con otros. ¿Estoy haciéndome cargo de mis sueños? ¿Qué estoy haciendo realmente para cumplirlos? Estas preguntas se repetían y rondaban mi cabeza. Fue un mes que dedique a mi autodescubrimiento, a sentir y definir lo que me estaba haciendo feliz. Fue un mes de conexión con mi cuerpo y emociones, para reflexionar y sentirme protagonista de mi vida. Fue un mes de descubrimientos y momentos inolvidables.

Muchas veces hemos escuchado sobre maravillosos paisajes en el mundo que invitan a repensar la vida, a encontrarnos con nosotras mismas o identificar nuevos objetivos personales. Sin duda, todos esos lugares serán inspiradores, pero principalmente debemos estar dispuestas a esa auto-observación y darnos espacio a esa autocontemplación, para ello no importa que el lugar sea la sala de la casa o el Tíbet, lo fundamental es el primer paso, quererlo. ¿Cual crees que sería tu lugar favorito para vivir este proceso de autoconocimiento?

Mariluz Soto

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