6 enero 2014

De cuando se nos cayó el pelo y aprendimos a cantar

Cuando me invitaron a formar parte de esta comunidad, para conversar sobre lo bien que nos puede hacer la música, lo primero que se me vino a la cabeza fue compartir una de las teorías más fascinantes sobre el surgimiento del lenguaje y su vinculación innata con la música.

El autor es Steven J. Mithen y el traductor del libro, o el jefe de marketing de la editorial determinó que el título The singing neanderthals no podía quedar simplemente como los Neandertales cantores, así que se pusieron creativos y nos entregaron un bonito volumen titulado: Cuando los neandertales cantaban rap… será.

El libro es un viaje fascinante por lo que pudo haber sido la vida cotidiana de estos hombres de ausencia simbólica, cuya imposibilidad de recrear fuera de la realidad sus experiencias, los dejó en desventaja con el nuevo grupo de vecinos que vendrían a intervenir sus zonas de asentamiento.

Pero no necesitamos ir tan adelante en nuestra historia, porque mucho antes de que los neandertales decidieran compartir sus historias dentro de la tribu con cánticos y danzas, los primeros homínidos tendrían otros problemas que resolver.

Una visita al zoológico nos podrá refrescar la memoria de lo peludos que son los grandes primates y de lo simpáticos que se ven los monitos colgando de su mamá…

¿Qué pasa cuando esto no es posible porque la pérdida de pelo impide la adherencia de las nuevas crías?, Mithen propone una versión fascinante del proceso.

Por evolución fuimos perdiendo pelo corporal mientras ascendíamos por la cadena de transformaciones hasta lo que somos hoy.

En algún minuto la situación se volvió irreversible y dejó de verse como algo exótico y hasta es posible que alguna cría no haya pasado de la semana de vida producto de la nueva condición, ya que las madres debían seguir trabajando en recolecciones o faenamientos y era imposible mantener contacto visual con la cría durante todo el proceso.

Todo tuvo que haber sido bastante traumático, hasta que (podríamos ponerle nombre, ya que la versión es nuestra) Daira (según los griegos: “llena de sabiduría”), decidió poner a Daira Segunda en el piso y mientras recogía elementos comestibles, comenzó a emitir sonidos con el puro afán de hacerle saber a Daira Segunda que todavía estaba ahí, que no se iría, que aunque no tuviera su vista en ella, la recogería apenas terminara.

Mithen nos dice que de hecho todos hacemos lo mismo cuando vemos a un bebé recién nacido… y hasta le ha puesto nombre a esa práctica: lenguaje adaptado para niños, con sus siglas al español de LAN, de la misma manera que identificó que teníamos un lenguaje adaptado para mascotas (LAM), o nunca se han sorprendido “hablando” melódicamente con las guaguas… qué cochita más linda mam mam ttttttt fst fst…

Así que, la próxima vez que conversen seriamente con gatos o perros, o se sorprendan emitiendo elaboradas melodías conjugando consonantes y vocales, ya lo saben… de original no tuvo nada, todo eso lo inventó Daira, montones de años atrás, dejándonos tal vez las primeras melodías que se incrustaron en nuestra historia sin dejar rastro físico, pero resonando en cada una de las canciones que escuchamos o temas que bailamos o instrumentos que tocamos, pero eso es otro cuento.

Alicia Pedroso

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