12 marzo 2014

Date el tiempo, identifica tus motivaciones y sólo hazlo

Qué tal se siente el cuerpo cuando en vez del típico «mañana empiezo», escucha,“voy a llamar ahora a Roberto, que baila increíble para que me enseñe”. Se siente extraño. Nuestra práctica de dilatar cualquier proceso que ponga en marcha habilidades no trabajadas acostumbró al cerebro a sentirse cómodo con el mañana y muy sorprendido cuando al fin escucha «Ahora».

Yo nunca aprendí a bailar salsa. Pasé refugiada en libros y películas toda mi adolescencia porque quebré la tradición osmótica de gran parte de la población cubana que nace bailando y sólo progresa y complejiza sus coreografías con el paso del tiempo.

Mi hermana era un trompo, y como es una santa, a cada rato me decía: «chica, yo te enseño». Y no había manera. El pánico a quedar en evidencia como incapaz me redujo a la repetición de la frase, “ no me gusta bailar”.

Todo eso hasta hace un par de años. Cuando llamé por teléfono a Roberto sin decirle demasiado a mi cerebro, simplemente marqué el número y mis neuronas se atacaron al escuchar: «¿te parece que el domingo vienes, y a cambio te cocino?». Roberto dijo que sí y el resto es historia. Durante dos meses religiosamente cada domingo me levantaba un poco más temprano y dejaba listo el almuerzo y a las dos de la tarde el ring ring del timbre daba comienzo oficial a la clase.

Luego del intensivo, Roberto me llevó por primera vez a una salsoteca. Me puse mis zapatos cómodos de tacón, porque yo sin tacón no bailo, mi falda pantalón de lino y la típica polerita que siempre te queda bien. La sorpresa fue tremenda cuando en vez de vueltas y acrobacias, el profesor si limitó a marcar los pasos básicos como robot durante la hora y media que estuvimos. Yo siempre he sido muy buena alumna y como tercera generación de profesores no me puse a discutir con el maestro. Pero me entró la duda sobre la verdadera motivación para enseñarme a bailar, ¿no estaría pensando en perpetuar el acuerdo para no tener que cocinar los domingo?

La próxima salida fue básicamente igual. Muy sutilmente le dije: «¿Y las vueltas cuando?»,«Cuando estés lista». Fue tan categórico que no quise responderle.

La tercera fue la vencida y una vencida espectacular. Me puse mis pitillos negros, los mismos zapatos de bailar y una polera preciosa. Me encrespé el pelo y cuando mi hijo me vio saliendo le dijo a Roberto: «Oye, cuida a mi mamá que cualquiera se la lleva para su casa» nos matamos de la risa.

Tipo una y media de la mañana comenzó la música envasada. Hablé con el DJ y me aseguré que en un par de minutos las trompetas de Oscar D’Leon le avisaran a la concurrencia que un chorro de trópico se colaría en el invierno de Santiago de Chile. Y así fue.

No voy a tirarme flores, se las vamos a tirar entre todas a Roberto que resultó ser una pareja de baile de esas que salen en el cine.

¿Y todo esto para que?

Para dar testimonio de que siempre vale la pena trabajar nuestras zonas de curiosidad. Bailar hace maravillas en nuestro cuerpo y en nuestro cerebro, en nuestra alma y hasta en el brillo de los ojos, ese que sólo van a poder descubrir cuando te inviten a tomar un café al otro día.

Date el tiempo, identifica tus motivaciones y ya sea el baile, el canto, tocar un instrumento o tejerte la manta de tu vida, agéndalo, no lo pienses mucho y hazlo. No esperes aplausos, sólo hazlo, imagínate en acción y sólo hazlo.

Alicia Pedroso

Compartir

LG OLED TV

LG NanoCell TV

LG InstaView

LG TWINWash

LG Serie K

Telvisores OLED de LG

Negro absoluto, colores perfectos

VER MÁS

@MundoLG

¡No te pierdas nuestras últimas actualizaciones!