27 febrero 2015

Whiplash, obsesión musical

Muchísimas veces el cine nos ha mostrado grandes historias sobre la vida de famosos y ficticios personajes del mundo musical, a veces con el desborde y la genialidad de Bird, dirigida por Clint Eastwood o Shine, sobre la vida del pianista David Helfgott o tantas otras que podría mencionar que por historia o actuación vienen a mi cabeza como Jhonny and June, Ray, Amadeus y hasta ¡El Guardaespaldas! y bueno otras tantas que no valen la pena recordar.

Pero independiente del gusto por una u otra, lo cierto es que este tipo de películas hablan del virtuosismo y la locura de los artistas, temática que se ha convertido en todo un “genero”. Pero Wiplash aunque pertenece a esta categoría anónima reinventa la manera de contar y pone de manifiesto la dura realidad que a veces es “aprender”.

En mis años de hija de Bello, muchas veces ese aprendizaje iba acompañado de sudor, lágrimas, miedo, de una idea descabellada de ver la disciplina artística como lo mas importante en la vida y por lo tanto hacer una especie de reclusión universitaria, aislados por completo del mundo, invadidos por historias sobre artistas que siguieron actuando a pesar de una fatal noticia o bailaban aun con los vidrios de la envidia en los pies. Inmersos siempre en esa burbuja que era la escuela de teatro, siendo que el arte ES la vida misma y sin VIVIR difícilmente se puede llegar a crear.

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Y finalmente, esa realidad chilena no dista mucho de la trama de esta película, un joven percusionista sediento por ser el mejor que se vuelve a la obsesión de un profesor ensimismado por encontrar al próximo Charlie Parker, aquel que según el mismo cuenta, llegó a ser el genio que fue porque alguien un día le dijo que no era TAN bueno y entonces se fue a su casa a practicar hasta tocar el mejor solo de la historia. Así mediante un método de enseñanza crudo y despiadado lleva al protagonista al punto de no querer perder tiempo ni siquiera en un romance para dedicarse por completo a la música (en mi época de estudiante a esto se llamaba “respirar teatro”)

Y es cierto, hay mucha obsesión en el arte y entrar a aquel mundo obseso de un artista no deja de sorprender, en Wiplash vemos las manos del muchacho sangrando mientras practica una y otra vez el mismo ritmo, quizás un redoble, trémolo, roll o cómo se diga dejando el rastro de su sangre en los instrumentos.

Pero lo interesante en la narración es como en el afán de triunfo el aprendiz puede volverse contra el maestro y quizás en ese punto de giro está el mayor acierto de esta película que atrapa como una obsesión a la vida.

Whiplash, Estados Unidos, 106 min.

Loreto Aravena

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