15 octubre 2014

¿Un cafecito?

Escribo esta columna sentada en un café mientras afuera está lloviendo (suena forzado pero no es para inspirarme, fue pura casualidad). Todavía es temprano y la gente empieza a llegar, buscando su dosis de cafeína para empezar el día. Para algunos es necesario, sobre todo para los que estamos en proceso de despertarnos hasta que nos tomamos la primera taza.

Me encantan los cafés. Son calientitos, tienen buena música y el olor del grano fresco me hace feliz. Pero lo que más me gusta es que puedes sentarte solo sin que nadie piense que eres raro, como en un bar o como  el cine. Aquí somos varios los que andamos en las mismas.

Un café conversado

El encuentro en este espacio logra que, sin importar la hora del día, las personas puedan juntarse a… lo que sea. Con sólo una mesa y los cafés servidos, el resto es compartir un buen momento de pura conversación. Siempre he pensado que los cafés tienen algo de literario, tal vez porque la bohemia solía reunirse en cafés, donde por horas se podía mantener una discusión política, intelectual, una crítica de ideas y también la construcción de otras nuevas.

Pero la verdad es que en los cafés pasan diferentes cosas. Ahora, por ejemplo, yo estoy escribiendo este posteo, pero las mujeres que están sentadas frente a mí están conversándoselo todo (y son recién las ocho de la mañana). Muchas reuniones de pega se dan en cafés; los que trabajan en la casa por ejemplo, los emprendedores o los que tienen que buscar un punto intermedio, también ven aquí un  lugar de encuentro donde presentar ideas, pensar otras nuevas, salir de la oficina y si tenemos suerte, ponernos más creativos.

Pero no todo lo que pasa acá nos encanta; a veces también vengo a hacer hora, o pienso en las personas que vienen a tener conversaciones no del todo agradables; terminadas, entrevistas de trabajo, discusiones varias. Para eso también se viene al café.

Dos propuestas para probar

No entiendo a la gente que toma té en los cafés; es como ir a un bar y pedir un vaso de leche. Los cafés tienen la personalidad de una taza de café y el té es como el invitado que se coló. El olor, el sonido de las máquinas, las variedades… si hasta en la carta los cafés la llevan.

Así que, para los cafeteros como yo, les dejo dos lugares que recién conocí y que no sólo me gustaron, también me dieron la idea para escribir esto:

  • Rende Bú: Está en Hernando de Aguirre y sólo entrando me gustó. Se nota la preocupación por los detalles, por armar algo diferente. La decoración es entretenida y más viva de lo común y en la terraza las sillas y mesas son de todos colores y formas. Pedí para llevar un cafecito y una torta de chocolate, fueron súper rápidos y la chica que me atendió, totalmente sonriente y buena onda. La gente lo estaba pasando bien, un grupo de mujeres riéndose, unos papás con su hija comiendo puras cosas ricas; se nota que en este lugar se disfruta.
  • Brasserie Castillo Forestal: Es más que un café, pero vale la pena pasar por ahí a tomarse uno, ideal a media mañana un fin de semana. Dos socios, uno francés, el otro chileno, se unieron para hacer del castillo construido el 1910 frente al Museo de Bellas Artes un lugar único. La construcción es una maravilla por sí sola, pero siempre que pasaba por ahí no lograba entender por qué estaba abandonado. Alguien pensó lo mismo que yo y ahora es la Brasserie Castillo Forestal, con vista casi completa al Parque Forestal y al Museo, porque está rodeado de vidrio. Un excelente panorama es pasar a ver las exposiciones de los museos para después, cruzar la calle, y mandarse con un café una buena conversación. Mi nuevo favorito. 

Catalina Avendaño

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