26 julio 2017

Turismo y seguridad: aprendiendo de las anécdotas de terceros

Siempre que emprendes un viaje comienzan a suceder diversas situaciones de las cuales muchas serán anécdotas para contar y reír, sin embargo algunas de ellas en el momento que suceden pueden ser sin duda alguna para llorar a gritos. Ahora si sales vivo de estas, entonces se transforma en una linda historia de viaje que podrás contar como parte de tu supervivencia o, como dirían algunas personas, “simplemente no era tu momento aun para partir” y ya. Siempre estarán aquellas vivencias propias, pero también aquellas vividas por nuestros amigos viajeros.

Es así como quisiera contarles una que recuerdo con especial conmoción por lo tragicómico que resultó.

Cero criterios de precaución

Me encontraba hacía ya varios años en San Pedro de Atacama, Chile, junto a una de mis primas. Era nuestra primera vez ahí y como el lugar prometía a muy hermoso, andábamos buscando qué actividad realizar durante esos días. Para ello nos dirigimos a una agencia de manera de realizar al día siguiente el famoso tour a los géiseres del Tatio.

Dentro de esta agencia nos topamos con una hermosa mujer cercana a sus 70 años, muy blanca, de ojos azules, casi calipsos proveniente del sur de Chile. Ella andaba feliz de la vida viajando sola y aprovechando al máximo la calidez del norte. Al cabo de unos momentos nos empieza a contar que al día siguiente ella haría el mismo tour pero que se bajaría a la vuelta en un punto de la carretera de manera de poder caminar hacia unas termas naturales que existían en el sector, que había leído eran muy hermosas. Como no tenía vehículo le insistiría al conductor que la dejara en el punto donde tendría que caminar. Y por supuesto nos estaba invitando a acompañarle en esta travesía.

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Créditos: Jeannette Zárate

Hasta el día de hoy agradezco haber andado en esa oportunidad con mi prima, porque debido a que es más temerosa, de una vez me dijo: no hay forma que vayamos con ella. Como me caracterizo por no pensar mucho en los riesgos cuando estoy viajando, es muy probable que estando sola le hubiera dicho que bueno. Eso sí, estoy 100% segura que hubiera tomado las precauciones necesarias que significan bajarse en pleno desierto.

Pasaron los días y coincidentemente aquella señora alojaba en el mismo lugar nuestro y por ello Pamela; mi prima, me comenta después de dormir una siesta, “no hemos vuelto a ver a la señora”. Verdad, le dije y salí a dar a una vuelta. Cuando salgo al patio, en el centro de este la veo y me acerco para saludarla y ver cómo le fue. Se morirían del impacto al verla, figuraba roja como tomate y rasguñada entera, de pie a cabeza con unas horribles heridas en toda su transparente piel. Fue tal el horror de mi cara, que al verme  me dice, “mijita por Dios menos mal que no fueron conmigo, me pasó algo terrible”.

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Créditos: Jeannette Zárate

Y la historia contada por ella dice más o menos así:

Una vez que la van me dejó en el cruce que me llevaría a las termas, comencé a caminar hacia el punto donde me indicó el guía turístico. Todo iba bien hasta que comencé a mirar hacia los alrededores y darme cuenta que estaba metida en el medio del desierto y que por más que mirara se veía todo exactamente igual.

Continúe caminando hasta que en algún punto me desoriente y me di cuenta que llevaba caminando muchas horas, sin agua, sin comida, sin GPS, sin nada con que cubrirme del sol, sin protector, sin gorra, o sea sin ningún elemento de  precaución.

No había ningún árbol a la redonda y sentí que el sol me quemaba la piel. Continúe caminando hasta que comencé a alucinar y de pronto tal como en las películas, a lo lejos, vi agua, continúe caminando y esa poza  que veía resultó ser un oasis de cactus a la cual caí sin más, con todo el peso de mi cuerpo. Rodando y pinchándome con todo lo que tocaba, no podía pararme y no podía dejar de llorar. Pensé que moriría.

Pero la historia no termina aquí, apenas pude salir de allí comenzó a bajar la oscuridad de la noche y por ende el frió del desierto. Como pude, continúe mi camino, y de pronto veo una reja por la cual ingrese pensando, es mi salvación, podré encontrar a alguien que me socorre en este lugar. Al cabo de unos minutos caminando veo un letrero iluminado tan solo por las estrellas que decía “CAMPO MINADO”. Aquí no quedaba más que pensar que era mi perdición, trate de volver como pude pisando los mismos lugares hasta llegar a la entrada. A estas alturas no quería más, me caía cada 2 metros, y aun así continuaba caminando dentro de lo que era posible hasta que vi luces que me dieron esperanza, continúe caminando y cuando estoy a punto de llegar a un lugar, veo que alguien me esta apuntando con un arma. Fue ahí cuando caía de rodillas y me desvanecí. Cuando desperté, me encontraba en un recinto militar, ¡me habían salvado la vida!

Hoy, a ratos, esta historia causa risa, no por la historia propiamente tal que sin duda es trágica, sino más bien porque pareciera que fuese de ficción o parte de mi imaginación, pero no lo es, esta historia fue total y absolutamente real. En su momento me causó una tremenda conmoción, primero tratándose de una mujer mayor que en un acto de locura tomó muy malas decisiones y precauciones, y por otro lado me causó indignación que el guía y conductor de aquella agencia la hayan efectivamente dejado ahí. O sea, de una irresponsabilidad tremenda, porque honestamente en una situación como esta por mucho que alguien insista, no se puede hacer lo que el cliente quiere poniendo en riesgo su vida. Y si lo dejas, al menos procura verificar que haya llegado bien a su alojamiento. Porque de igual forma, no sé cómo pretendía esta señora volver al pueblo.

Moraleja

No arriesgues tu vida y toma las precauciones necesarias antes de realizar ciertas actividades, por supuesto que es entretenido aventurarse pero no queremos terminar esta con algún accidente.

Jeannette Zarate

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