5 marzo 2014

La máquina del tiempo presenta: «The Nanny» ¡Querido maquillé a los niños!

Hoy abrimos el cajón de los recuerdos del televisor de tubo para traer de regreso a una niñera, pero no a esa que vuela con un paraguas y que ahora regresó a la pantalla grande para juntarse con Tom «Forrest» Hanks en la casa del ratón Mickey. La nanny de la que quiero hablarles vive en los 90 y volvió esta semana a mi televisor gracias a los buenos amigos de Netflix.

Si fuiste adolescente en esa época, de seguro seguías las aventuras y desventuras de Fran Fine. La historia era muy ingenua y simple: una chica sencilla que se ganaba el pan de cada día vendiendo vestidos de novia en una tienda en Flushing, Queens quedaba sumida en el más profundo flagelo de la cesantía cuando su novio-jefe terminaba con ella y la ponía de patitas en la calle. Desempleada y sin pololo, la pobre chica judía, tomaba la micro al barrio alto (léase Manhattan) dispuesta a vender productos Avon puerta a puerta.

En su corta carrera como consultora de belleza, la joven golpeaba la puerta de la mansión de Maxwell Sheffield, un apuesto productor de Broadway que justo se encontraba entrevistando candidatas para el puesto de niñera. La Fine, ni tonta ni perezosa, escribía su currículo en una hoja con lápiz labial rojo coral intenso y el Maxwell la contrataba. Lógico, si sabía de maquillaje, sabía de cabros chicos, todo el mundo sabe eso.

(apuesto cuatrocientos millones de merendinas y 500 palomitas blancas,  a que tarareaste la canción).

The Nanny tenía todos los ingredientes necesarios para triunfar en los 90: una pareja en eterna tensión romanticona, niños semi huérfanos, una mansión y un mayordomo, OBVIO. ¿Qué acaso no se acuerdan de Mr. Belvedere y de Geoffrey en el Príncipe del Rap? Los mayordomos la llevaban en esa década televisiva.

La nanny era interpretada por Fran Drescher, quién además de ser la creadora y productora de la serie, le aportaba toques inolvidablemente excéntricos a esta versión moderna de La Novicia Rebelde, esta vez sin convento ni nazis persiguiendo a la familia, pero si con mucha voz nasal,  pelo escarmenado, tacos altos y ropa ajustada.

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Lo que más me gustaba de la nanny Fran era su capacidad para interrumpir cualquier crisis familiar con las historias de sus padres, tío, primos o vecinos de Queens,  que incluían regularmente a Silvia (Renée Taylor), una ruidosa madre con muebles forrados en plástico, obsesionada con casar a su hija de 30 años antes de que la dejara el tren y a la adorable abuela Yetta Rosenberg (Ann Morgan Guilbert) siempre envuelta en una nube de humo de cigarrillo.

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Fran era una optimista de buen corazón y se encariñaba con los Sheffield en cuanto entraba por la puerta de la mansión. Nosotros frente a nuestros televisores, también caíamos rendidos frente a esta empaquetada familia.

Maxwell Sheffield (Charles Shaughnessy) un siempre correcto caballero que evidentemente caía bajo los encantos de la niñera, pero cuyo sentido del decoro y su innata timidez le impedían hacer algo más que coquetearle inocentemente.

Los humanos pequeños: Maggie (Nicholle Tom) una adolescente perna y tímida, Brighton (Benjamin Salisbury) un travieso siempre con la respuesta perfecta a la pregunta que nadie le hizo y  Grace (Madeline Zima) una niñita con parlamentos de adulto y vocación de psiconalista.

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Niles (Daniel Davis) el mayordomo de Mr. Sheffield. Cómplice de Fran en todas sus desatinadas aventuras, dueño de la lengua más mordaz de la casa y archienemigo de C.C. Babcock (en su cabeza, ya que siempre resultó obvio que sus constantes bromas escondían una secreta atracción por la rubia). Nunca supimos su nombre completo e incluso en un capítulo, el mismo señaló que era solo «Niles» como Cher y Madonna.

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C.C. «Ídola» Babcock (Lauren Lane) la socia de Maxwell, la antítesis de Fran, mujer de negocios, trajes formales y pelo rubio ceniza, obviamente enamorada de Mr. Sheffield. Durante seis temporadas no supimos el nombre tras sus iniciales, pero en el último de los 145 episodios, descubrimos que C.C. era la abreviación de Chastity Claire.

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Quizás hoy resulte caricaturesca y hasta ridícula la mezcla de personajes, pero 15 años después de su último capítulo, la serie aún es capaz de hacernos reír y también de tocar nuestros corazoncitos. Una prueba de blancura que muchas comedias hoy no pasan ni a palos. En una época en que Chuke Lorre tiene monopolizada la oferta de comedias, con series que agotan todos los clichés imaginables a punta de chistes forzados que tarde o temprano nos hacen aborrecer a cada uno de sus personajes (Alan Harper, a ti te hablo),  pucha que se agradecen 30 minutos con una serie donde todos los personajes importan y cada uno de los capítulos tiene al menos un momento para sentir la pelusita del llanto en el ojo, otro para suspirar de amor y uno para estallar en carcajadas.

Y poco importa que la serie decayera una vez que la nanny se casó con el señor Sheffield, que años después hayan tratado de juntarlos en un refrito (fomeeeeeee),  que los malvados de TMZ hayan desclasificado que Benjamin «Brighton» Salisbury hoy trabaja como guía en los Estudios Universal o que la pequeña Grace se haya sacado hasta la última pilcha en pantalla para seducir a David Duchovny en Californication, The Nanny sigue viva con sus seis temporadas en Netflix y es capaz de transportarnos mágicamente a las tardes noventeras post colegio. Solo falta el televisor de tubo, la leche con plátano y el pan con palta. ¡Larga Vida a La Nanny Fine!

Ángela Díaz Camus

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