11 abril 2016

Kintsugi: el arte japonés que ve la belleza en las imperfecciones

En Occidente vivimos en la cultura de lo desechable, lo que se rompe no se mira más y simplemente se bota. Y no se trata solamente de lo material, hablamos también de relaciones, nos estamos convirtiendo cada vez más en seres individualistas, que viven para sí mismos. Es un análisis algo triste, pero lógico cuando vemos las consultas de los psicólogos llenas, las salsa de cirugía estética colmadas y las casas de reposo con cientos de abuelos solos.

¿Qué pasa si, en vez de botar lo que no «sirve», no dedicamos a repararlo? Es cierto que implica paciencia, calma y mucho más tiempo y esfuerzo, pero el resultado es finalmente inigualable.

El arte japonés de la reparación

Los japoneses saben de esto y es una filosofía que inspira no solamente sus vidas, sino que se encarna en la materialidad de las cosas que los rodean. Cuenta la leyenda que un shōgun (un comandante del ejército) del siglo XV, Ashikaga Yoshimasa, mandó a reparar a China dos de sus tazones de favoritos. Cuando volvieron, no le gustó el resultado; habían sido reparados de manera tosca y desagradable. Entonces buscó a los mejores artesanos del Japón para ver si podía rescatar sus preciados tesoros. El resultado fue maravilloso y además fue el inicio que un arte tradicional que se cultiva hasta el día de hoy: el kintsugi («reparar con oro»).

Kintsugi: la belleza de las cicatrices

Quien haya sufrido una grave herida en su vida (en el cuerpo o a nivel emocional), sabe que ésta queda gravada en la piel por el resto de la vida. Podemos maquillarla, taparla o, incluso, operarla. Pero nosotros sabremos siempre que está ahí, siendo testimonio del pasado. Lo que el kintsugi propone es que, en vez de taparla, debemos embellecerla, ya que, tal como dijo Ernest Hemingway: “El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos”. Si salimos fortalecidos de una mala experiencia es porque, de una u otra forma, el vivir eso nos hizo seres mucho más interesantes.

Los japoneses saben esto e, inspirados en la historia de Ashikaga Yoshimasa, se han dedicado a reparar las fracturas de la cerámica con barniz de resina mezclado con polvo de oro, plata o platino. Es resultado es maravilloso y los objetos se vuelven en nuevas piezas de arte que no solamente se lucen por su belleza de fábrica, sino porque ahora además tienen una historia que contar. Vuelven a la vida, de alguna manera, renacen.

Así, los japoneses celebran la dialéctica de la totalidad y la fragmentación. La verdadera belleza está compuesta de ambos conceptos: la belleza original y su fragmentación durante la vida. Nuestras arrugas, nuestras cicatrices y cada uno de los miedos que tuvimos en nuestra historia y supimos sortear, nos hacen seres mucho más bellos y fuertes.

¿Qué otras filosofías de Oriente encuentras atractivas?

Maria Jesus Martinez-Conde

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