27 enero 2015

El café helado: refrescante energía

El clásico familiar de la hora de once en nuestro amado, esperado y eterno verano, cuando a los niños no nos dejaban tomar café, pero claro, con una mezcla de helado de vainilla, un vaso grande y un par de bombillas éramos tan felices que pasaban un poco por alto el efecto sobrestimulante.

Despertábamos, tomábamos desayuno y ya estábamos libres para salir a jugar con los amigos. En la mañana nos mojábamos las zapatillas corriendo en el pasto recién regado, o nos hacíamos los lindos acompañando a comprar a los adultos para que saliera rápido el almuerzo y tener así más libertad durante la tarde; en un dos por tres aparecería la guerra de bombitas agua en el pasaje, una manguera corriendo y niños felices a patapelá.

La hora pasaba, se inundaba todo y el cansancio y hambre asomaban cuando empezaba a bajar el calor extremo. De repente todo el batallón se dejaba caer en una de las casas, porque ya estaba encima la hora de once, entonces las madres o abuelas abnegadas sabían que debían preparar sanguchitos y leches para toda una prole hambrienta que había invitado a “unos poquitos” amigos a jugar a la casa.

Es ahí donde llegaba el helado de vainilla familiar -que a la rápida habían ido a comprar al negocio de la esquina- y unos vasos de vidrio enormes, o bien unos plásticos que no tenían relación con ningún otro pues habían sido canjeados en cualquier promoción veraniega anterior, quedando eternamente guardados en nuestras casas.

Crema, obleas y pajitas de colores

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El café con leche ya listo, bien helado y con harta azúcar y vamos metiéndole una o dos bolas de helado, un par de bombillas gruesas, de las que se doblan, y a sentarse a la mesa.

Si tenía crema batida encima era tanto aún mejor, pero ya nos contentábamos con el simple hecho de ver a nuestra mamá escarbando en el cajón de los cubiertos donde guardaba esas clásicas pajitas blancas con líneas rojas, verdes, amarillas y azules; unas galletas obleas que terminaban por decorar el conjunto y nos servían además de cuchara improvisada para sacar helado o remojar en la leche, panza llena, pilas recargadas y de nuevo a callejear. Qué lindos tiempos.

Natalia Quezada

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