10 febrero 2015

Algarrobo de mi amor

Pocas cosas y lugares se resisten a cambiar con el tiempo, pero creo que Algarrobo es una de ellas. Este pequeño balneario–asumámoslo, es enano si no contamos su parte Norte- ha pasado de ser un lugar tirado para exclusivo a algo un poco más popular, bien por la democracia que traen las micros y los créditos de consumo que solventan la compra del auto familiar. Es que es justo eso: un lugar para la familia donde el agua es tan tranquila que los niños juegan en paz.

Conocí Algarrobo gracias a mis padres que pololeaban acampando en el bosque de El Canelo, y dos generaciones más abajo seguimos visitándolo cada vez que podemos. Cómo no encantarse con la caminata matutina que te lleva hasta El Peñón y termina en la caleta, mirando a los pelícanos y gaviotas que acompañan el bote que viene recién llegando.

Lejos del ajetreo de los teams playeros que abarrotan otras playas del litoral, Algarrobo se mantiene alejado de tanta chimuchina y deja espacio a los veraneantes que llegan cada vez en mayor número a descubrir las mismas cosas que me maravillan desde niña.

Y para comer…

El pollo con papas fritas de El Hoyo en Avenida Carlos Alessandri, un lugar tan clásico que su dueño figuró un buen tiempo como alcalde de la comuna. El congrio frito, el pulpo y las machas a la parmesana del restaurant Los Patitos, ya quisiéramos tener en la ciudad más lugares como éste. Los batidos de fruta y los churros normales de la feria artesanal, y “normales” les decimos porque el dueño al parecer no es muy amigo de la Madre Patria que digamos, y lo hace notar…

Sigamos. Vamos con luquita y media que las mujeres de los pescadores en la caleta venden empanadas fritas de queso camarón y marisco para chupetearse los dedos, además de otros platos enjundiosos que piden a gritos un “tecito frío”. El trato amable de las señoras de Las Tinajas, que si el pan amasado no está caliente primero revisan adentro si hay algo más tibio o salido del horno que te pueda hacer más feliz. Y ella, la reina de todas: la Panadería Algarrobo desde donde aparecieron en 1948 las primeras palmeritas de Chile a manos de su dueño, el señor Ridell. Sólo las va a encontrar aquí con su bella bolsa plástica rojo y azul, porque se niega a entregarla a ambulantes que las puedan asolear y así comprometer la calidad del producto.

Hace ya varios años en el sector de Algarrobo Norte encontramos A toda Costa, un restaurant de una apuesta más jugada en cuanto a gastronomía y que nos ofrece unos crepes de mariscos que te hacen volver, no sin antes darle puntos extras a un rico sour que acompaña la inigualable puesta de sol desde la terraza.

Más picadas

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¿Comida italiana de calidad? No se pierdan el restaurant Il Toscano con sus pastas hechas a mano y si buscan sólo pizzas más sencillas, pero ricas, las mejores con masa a la piedra están arriba, en el sector de locales comerciales del terminal de buses, y hasta con delivery si les da lata caminar. Seguido de la pizzería y si ya estamos de compras, las Carnes Osorno tienen productos de primera. No sean mezquinos con la propina, sean amables, pregúntenle su nombre al carnicero y verá cómo aparecen palancas, entrañas y otros cortes que no figuran necesariamente en la vitrina.

Camino a El Quisco, casi esquina con Avenida Peñablanca, encontrarán dos joyas algarrobinas: la pescadería que –otra vez llena de gente amable- no sólo trae las mejores ofertas y variedad, sino que además, si es que tienen, te regalan la mallita de limones para que acompañes tu compra. Un poco más allá está La Reina del Mar, un restaurante de comida casera donde encuentras colaciones por $4.800 y venden desde pescado frito con chilena, hasta prietas con papas, cazuelas y chupe de guatitas. Lo mejor: tienen para llevar y hasta con una ollita puedes ir para que te echen ahí tu comida, les recomiendo eso sí ir temprano porque el dato ya se lo han pasado entre familiones y la cosa se llena.

Un viaje en el tiempo a un lugar feliz

Uno va creciendo con los lugares donde veraneaba cuando chico, y siempre es una alegría extra volver. Te vas haciendo adulto y ves cómo los roqueríos inmensos en realidad no eran tan grandes, ni las distancias tan lejanas como las recordabas. Te vuelves a impresionar con cosas y lugares que si bien han cambiado, te transportan en un tris a la infancia y ya te imaginas jugando tus fichas de video, comprándote cueritos en la feria artesanal y sintiéndote extremo por caminar de noche en la playa y subir el embarcadero.

Llegaron las bananas a acompañar a las tradicionales “paseo en lancha a motor a la islaaaa, al Canelo y al Canelillooooo…” Volaron los juegos Delta y ahora más que nada hay de aquellos atrapa monedas calificados como de “destreza”; aparecieron edificios monstruosos con complejo de pirámide Maya, pero Algarrobo sigue ahí para todos: con sus jardines con hortensias, sus calles de maicillo, sus casas con piedra y madera y sus rejas blancas. Mientras tengamos memoria y recuerdos, vamos a seguir respetando y rescatando lugares, lo triste es cuando la amnesia se apodera de todo y el mal llamado progreso pasa por sobre tu niñez.

Natalia Quezada

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