26 septiembre 2018

Reivindiquemos al científico loco

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LG_Portadas

La historia de la Ciencia está llena de serendipias: grandes descubrimientos que no se concibieron voluntariamente en un laboratorio tras meses o años de pruebas, sino que aparecieron por sorpresa cuando se estaba buscando algo completamente diferente. La lista es larga. Desde la penicilina –Alexander Fleming era disperso y sucio, lo que terminó ayudándolo–, pasando por la fuerza de gravedad –una manzana que cae al suelo y Newton que se ilumina– hasta revoluciones sexuales como el Viagra. Los ensayos con citrato de sildenafil de la farmacéutica Pfizer contra la angina de pecho habían sido una completa decepción, no servían para el objetivo fijado y hasta complicaban el cuadro clínico, pero, curiosamente, algunos hombres que participaron en los testeos no querían devolver las muestras, ya que estaban experimentando un curioso efecto secundario: las mejores erecciones de sus vidas. El mismo compuesto que había resultado un error para un asunto era la solución inesperada para otro y voilá, nacieron las famosas pastillas azules.

Como dije, la lista de felices e insólitos hallazgos es larga, y son resultado de hombres y mujeres con mentes abiertas y la curiosidad de un niño, dispuestos a que lo que planearon no resulte, porque quizá resulta algo mejor. El azar favorece a las mentes preparadas, decía Pasteur. Tras siglos de evidencia sobre esto, y sabiendo que ya están alertas a los caminos insospechados que sus investigaciones pueden tomar, de pronto comenzaron a tener la genial idea de, simplemente, ir de cabeza a esos caminos de vez en cuando. ¿Para qué esperar las sorpresas o casualidades? ¿Y si realizaban con intención experimentos raros, deschavetados, pero con fines genuinamente académicos? Como el estudio que descubrió que la gonorrea puede transmitirse a través de muñecas inflables, o el equipo australiano que creó una receta química para des-cocer un huevo, ambos casos premiados con un IGNobel.

“Ig” de “Ignominioso”, este Nobel alternativo tiene un maravilloso slogan: “Honramos las investigaciones que primero te hacen reír, pero luego te hacen pensar”. Se entrega en la Universidad de Harvard todos los años desde 1991 a trabajos publicados en revistas acreditadas y revisados por pares (el llamado peer review), cubre al menos diez categorías que pueden ir cambiando (física, química, medicina, economía y psicología, por ejemplo), los maestros de ceremonia son profesionales que ganaron el real premio Nobel y pretende dar visibilidad a aquellos científicos que eligen voluntariamente métodos o procesos no convencionales para lograr hallazgos que aporten más información y miradas frescas en sus campos, aunque en un principio suenen a caprichos, tonterías, bromas o pérdidas deshonrosas de tiempo y dinero. Nunca lo son. La gente suele imaginar a los científicos como personas muy intelectuales, serias y ariscas, con la nariz siempre tras un microscopio y poca empatía. Hay muchos que representan ese perfil, claro, pero no olvidemos que dedicarse a la ciencia requiere, necesariamente, una mente exploradora y mucha hambre de novedad, sin contar el sentido del humor. Según los organizadores de los IGNobels, premiar al ornitólogo holandés que descubrió que existen aves homosexuales inclinadas por la necrófilia, al que categorizó los tipos de heridas que se producen si te cae un coco en la cabeza o al que precisó una ecuación matemática para probar que Moulay Ismael, emperador de Marruecos en el s XVIII, sí fue el padre biológico de 888 niños concebidos en un lapso de 31 años, sirve para desmitificar el trabajo científico y acercarlo a la gente, además de demostrar que es absolutamente necesario “pensar fuera de la caja” para que las áreas del conocimiento evolucionen, pues las rutas transitadas siempre llevan a los mismos lugares. La historia del pato da mucha risa, pero sirvió como precedente para un estudio más grande y ambicioso sobre conductas sexuales en animales, muchas de ellas nunca antes documentadas.

¿Ganadores 2018? Fascinantes. Un doctor japonés que inventó un método para practicarse una auto-colonoscopia (y además lo recreó en la ceremonia de premiación); un estudio portugués sobre cómo la saliva humana es un fluido eficiente para limpiar superficies sucias, un grupo de estadounidenses que probó que subirse a una montaña rusa ayuda a la eliminación de cálculos renales, además de un equipo africano que determinó que una dieta caníbal supone un bajo aporte calórico respecto a una dieta de otras carnes. Quién lo diría. Hay más y pueden revisarlos todos aquí.

Reivindiquemos al científico loco. Apoyémoslo, aplaudámoslo cuando lo merece. La curiosidad, creatividad, valentía e incluso algo de chifladura pueden ser cualidades muy valiosas en un investigador, pues los que se atreven a ir por caminos insólitos llegan, muchas veces, a las respuestas correctas que nadie imaginó, y que también, muchas veces, son justo aquellas que más necesitamos, aunque sean sólo para reír y luego pensar.

Fran Solar

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