24 diciembre 2014

TV Review: Serie Marco Polo

La última apuesta de Netflix revive la historia de Marco Polo, el mercader italiano célebre por sus viajes al Medio Oriente a fines del siglo XIII. Para recrear el complejo periodo de guerras y conflictos en Asia el canal de streaming invirtió 90 millones de dólares y trasladó las grabaciones a Italia, Kazajistán y Malasia. 

Todo comienza con el joven Marco (Lorenzo Richelmy) iniciando el viaje como polizonte en el barco de su padre, un hombre al que nunca antes conoció y que no demuestra mucho interés por integrarlo a su vida de mercader. El inicio de una larga historia de daddy issues que tendrán su primer punto de inflexión cuando la esquiva figura paterna lo ofrezca como tributo al Gran Khan de Mongolia a cambio de que este le dé su venia para transitar y comerciar en la ruta de la Seda.

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Será la mirada de Marco Polo la que nos permitirá conocer el Imperio mongol y una larga lista de excéntricos personajes que incluyen a un imponente Khan (Benedict Wong), un maestro ciego de kung-fu, llamado “Cien Ojos” (Tom Wu), una hermosa princesa prohibida (Zhu Zhu) y un sádico canciller chino asiduo a estudiar a los grillos (Chin Han).

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Los escenarios son majestuosos y el trabajo de vestuario es impecable, y en términos formales la serie logra ser tan épica como su abultado y ultra marqueteado presupuesto de producción se propuso. Sin embargo, Marco Polo no despega y sin importar cuanto interés le pongamos a los diálogos que anuncian sangrientas traiciones, la emoción parece nunca llegar.

Es bonita de ver, sin duda, pero ¿es esa suficiente razón para seguir su trama? Permítanme un minuto de sinceridad: No, no lo es. Fui criada en los 80 viendo a Richard Chamberlain interpretar al marinero inglés que llegó a Japón para convertirse en Anjin-san, el primer samurái occidental en Shogun, y le pido más a las historias sobre viajeros europeos.

El primer problema de la serie es, sin duda, la lentitud con que se desarrolla su historia, la que se mueve con la velocidad de un río de manjar entre un sinnúmero de clichés asiáticos y diálogos dignos de las más añejas galletitas de la fortuna. Al mismo tiempo, cada cierta cantidad de minutos, de forma fría y calculada, se produce una que otra carnicería humana y alguna jovencita guapa se saca la ropa, pero nada logra ser lo suficientemente memorable como para salvar el tiempo invertido.

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Los puntos más altos e interesantes de la historia están con Benedict Wong como el rey mongol, Kublai Khan y con Chin Han como Jia Sidao, el sádico canciller de la dinastía Song. Mientras, Lorenzo Riquelmy como Marco Polo es perseverante en su empeño por llevar su protagónico con dignidad, pero constantemente se ve forzado a recitar diálogos insufribles.

Es cierto que en este tipo de dramas de época uno está dispuesto a tolerar y recibir hasta con una sonrisa cómplice conversaciones que incluyen líneas como «Usted tiene una gran cantidad de ying, pero no suficiente yang», pero cuando están se llevan el 90% de la trama y la acción que uno podría esperar de una epopeya brilla por su ausencia, el ejercicio se vuelve agotador. Algo anda muy mal cuando una historia que incluye enfrentamientos armados, concubinas con talento para las espadas e impecables coreografías de artes marciales, se las arregla para ser un ladrillazo.

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En su recta final, Marco Polo mejora el ritmo a fuerza de escenas sangrientas y misticismo oriental logrando que las maquinaciones y las luchas de poder se vuelvan más entretenidas, pero la serie de alguna manera no logra gritar “es de vital importancia que te intereses en cómo va a terminar esta historia”. 

En su primera temporada, Marco Polo tiene suficiente sangre, sexo y kung-fu como para mantenerse a flote, pero aún no logra el nivel al que nos tienen acostumbrados las producciones originales de Netflix.

Ángela Díaz Camus

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