18 julio 2014

The Leftovers: ¿Cuántas oportunidades le das a una serie?

Si no eres parte del 2% que desapareció de la faz de la tierra, de seguro ya escuchaste sobre The Leftovers, la última apuesta de HBO y Damon «Lost» Lindelof, la que a pesar de no conseguir la aprobación unánime de las masas, tiene a todos hablando (o despotricando) sobre ella.

La idea que abre la serie es extremadamente atractiva. Un 14 de octubre, de un año no determinado, el 2% de la población se esfuma de repente y sin explicación alguna, desapareciendo hombres, mujeres y niños de forma aleatoria. 140 millones de personas desvanecidas en el aire cuyo único factor común es que estaban vivas ese 14 de octubre.

No se nos muestra cómo desaparecen. No hay ruidos extraños, ni temblores, ni luces que bajan desde el cielo. Solo escuchamos el grito desesperado de una madre, el choque de un auto y el llanto de un niño que mira el lugar donde segundos antes estaba su padre. Es todo lo que veremos del evento. La serie no está interesada en develar qué es lo que provocó la desaparición masiva y tal como anunció su nombre, The Leftovers desea abordar las historias de los que permanecen, los dejados atrás o, si quieren ser más literales, las sobras.

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Todo perfecto hasta acá. El problema es que no solo de ideas originales viven las series. La promesa de refugiarse en lo cotidiano y lo real, creando un drama psicológico de tomo y lomo enfocado en explorar ¿cómo se encaja el golpe? y ¿qué queda cuando ni la ciencia ni la fe pueden explicar lo sucedido?, se entrampa en el camino y se queda solo en una declaración de buenas intenciones.

El piloto se hace largo, injustificadamente pretencioso y con un ritmo y estilo irregular. Todos los personajes se sienten ajenos y parece que fueron puestos allí solo para demostrar que hay muchas cosas que contar sobre ellos. Alguien se olvidó de crear la conexión necesaria entre espectador y protagonistas. Buscaban un capítulo hermético y oscuro, pero el resultado fue una entrega fría y con poca alma. Hacia el último cuarto del episodio la atención estaba inevitablemente en la pregunta ¿cuántos capítulos más le vamos a dar a esta serie?

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Porque la serie prometía o al menos esa fue la sensación que logró generar con sus avances. Su frase promocional rezaba “La reacción es más importante que el evento”, anunciando una historia sobre la incapacidad de superar aquello que no podemos explicar. Ese era el arco argumental que seducía. Y, sin embargo, rápidamente lo abandonó y decidió liar la historia con pequeños misterios que parecen encerrar misterios mucho mayores.

Repasemos. La serie ocupa gran parte de sus dos primeros capítulos en presentarnos dos agrupaciones:

«The Guilty Remnant», un grupo de hombres y mujeres que tras el incidente renuncian a sus familias, al habla y a los colores en sus ropas, para dedicar sus vidas a reclutar gente, parándose fuera de sus casas y observándolos con cara de pena (¿o de condena?). El acoso silencioso va acompañado de notas en sus libretas y decenas de cigarrillos que fuman sin parar para «proclamar su fe». Al parecer saben que no hay futuro y por eso ya no les preocupa el cáncer pulmonar o el enfisema.

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La otra cofradía es la del «Santo Wayne», liderada por un afroamericano con delirios místicos que abraza a sus seguidores para quitarles el dolor y que en cada aparición lanza frases del tipo «esta chica es importante, ella es la clave», mientras se pasea con cara lasciva entre jovencitos y guapas chicas asiáticas que lo besan y le dicen que «lo aman».

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Y es acá donde todo empieza a tambalear para mal. Damon Lindelof se esforzó en repetir hasta el cansancio que esta serie no seria una nueva Lost, enfocada en develar un gran misterio, pero se traiciona rápidamente centrando la atención en estos grupos a los que siempre muestra rodeados de falsos enigmas e intrigas baratas.

A la fórmula se le ven las costuras y el interés decae rápidamente. Es casi imposible interesarse en un grupo de gente sospechosamente silente, que parece no hablar precisamente para mantener por más tiempo la intriga. Si la idea era crear la noción del «enemigo» que acecha, o de los «iluminados» que saben, fracasamos. Incluso dejando de lado el hecho de que el grupo de inmaculados recuerda inmediatamente a «los otros» de Lost, el grupo de fumadores con sus libretitas odiosas resulta aburrido, agotador y cansino.

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Para que hablar del gurú/profeta/sanador, el que compite desde el minuto uno por el trofeo del personaje detestable de la serie. Su voz profunda y las insinuaciones sobre sus habilidades sobrenaturales, logran rápidamente que todo lo que ocurre alrededor de este grupo se vuelva insoportable.

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Y eso que, en un ataque de benevolencia, vamos a dejar pasar al calvo cincuentón que esta vez no usa un cuchillo para matar jabalís, pero sí, un AK47 para asesinar jaurías de perros, soltando aquí y allá frases enigmáticas que insinúan que sabe mucho más sobre lo que ocurre que el resto del elenco. También obviaremos los animales con cara de metáfora que colaron en la trama: sí, estamos hablando de los ciervos en las zonas residenciales, los perros asalvajados y las palomas en la mesa de juego del casino.

Llegando a este punto, es fácil entender a la masa de haters que ven en esta nueva serie marca Lindelof un nuevo ciclo de misterios escritos sobre la marcha que terminarán inevitablemente en un final decepcionante. Todo el que ha vuelto con un ex desconfía de que los defectos que provocaron la ruptura sigan allí, y lo visto hasta ahora no parece demostrar lo contrario. Cuatro años han pasado desde el vilipendiado final de Lost, pero el recuerdo permanece y esta nueva serie no logra escapar con éxito de los fantasmas de su guionista.

Hasta ahora, The Leftovers sobrevive a duras penas. Y no importa cuán bien logradas estén las actuaciones, especialmente la de Justin Theroux y Christopher Eccleston, que logra lo imposible en un tercer episodio con unos minutos finales verdaderamente desgarradores, la pregunta al final de cada capítulo persiste: ¿cuánto tiempo más le doy a la serie antes de dejarla para siempre?

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Podríamos seguir ahondando en sus fallas, pero quizás es momento de escribir algo bueno, que también lo hay. Lo mejor, sin duda, la atmósfera fría, sombría y pesada que logra crear cuando se permite dejar de lado lo fantástico para mostrar la desolación en la que se encuentran sus personajes, esa angustia de los que han perdido la religión y la ciencia, de un solo golpe. En esos momentos, aún podemos sentirla respirar y vemos su potencial, lo que la serie quiere, pero aún no logra ser.

The Leftovers fue promocionada con el slogan «Es mejor callar de lo que no se puede hablar» y quizás allí esté escondida la solución a su problemático arranque: debe dejar de perder el tiempo en misterios que no podrá explicar y enfocarse en lo que dijo quería contar, la vida de aquellos que quedaron atrás.

Estamos esperando, aún nos parece una historia interesante.

The Leftovers estrena episodios todos los domingos a las 22:00 horas en HBO.

Ángela Díaz Camus

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