2 octubre 2018

Postcrossing: el correo tradicional no puede morir

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Soy una romántica empedernida y suelo decir que nací en la época equivocada. La idea de un noviazgo por carta me parece maravillosa por la dedicación que implicaba. Un papel limpio y generalmente perfumado, tinta en buenas condiciones, sobres resistentes, una o más estampillas y lacre para sellar, sin contar el cuidado especial que dabas a tu caligrafía pues la palabra escrita era tu único mediador. Escribir una carta podía tomarte días, y que la misma llegara a su destinatario era una odisea de incluso meses. Dejabas tu alma en esas páginas… quizá una de las recriminaciones más habituales de las actuales mensajerías instantáneas. La falta de ella. Si bien son herramientas fantásticas de conexión que permiten una inmediatez que en el siglo XIX no habrían ni soñado, la frialdad de una pantalla y un teclado crea otros problemas aparejados a la comunicación que, en su momento, la carta a mano alzada sorteaba con elegancia. No necesitaban emoticones; el fraseo extenso de sentimientos en letras dibujadas a pulso decía muchísimo del emisor. Hoy tenemos que decorar nuestros monosílabos como árboles de navidad para que el interlocutor logre comprender el sentido de lo que tecleamos. No sé ustedes, pero a veces es agotador. No debería ser tan difícil, pero bueno, ya sabemos que más rápido no significa necesariamente mejor

Es la modernidad en la que nos tocó vivir, pensarán varios, y como Whatsapp y Skype nos ofrecen más beneficios que desventajas, hay que resignarse y sortear la ola como venga. ¿Qué tal si no? Eso dijo el portugués Paulo Magalhães cuando creó Postcrossing en el año 2005, al notar que el correo tradicional estaba desapareciendo bajo la sombra de la virtualidad, esfumándose también sus ventajas frente a la incipiente red global. Más allá del placer de la rebelión porque sí, su causa era de lo más loable: quería mantener vivas las vías de comunicación que aún transmiten calidez, cercanía y entrega. Las cartas era lo más lógico, pero tenían un carácter privado –más parecido a los antiguos penpals (amigos por correo), tendencia en la década de los 80s y 90s– que no iba con la esencia masiva y visible del proyecto que quería crear. ¿Entonces? Postales, íconos de la conversación internacional cuando aún no existía Internet. Creó un sitio web muy fácil de utilizar, donde sólo debes inscribirte con todos tus datos y entras en una tómbola invisible. Si das click al botón “Enviar una postal”, el sistema te arroja una persona al azar entre las más de 700.000 registradas de 218 países a la fecha, todos activistas convencidos de que el correo tradicional es la forma más valiosa de conocer a alguien que está geográficamente lejos. Esa persona tiene un perfil donde cuenta brevemente quién es, de dónde, qué hace, qué cosas le gustan y, muy importante, qué quiere saber de ti, ya que sólo tienes unas pocas líneas de escritura en una postal. A casi todos les cuento que soy escritora, que amo a mi perro Scotty y que les estoy saludando desde el fin del mundo, además de alguna reflexión personal sobre algún cambio que estoy atravesando o un deseo guardado. Es increíble cuán fácil es abrir tu corazón a perfectos desconocidos sólo por el hecho de transmitirlo en un papel a alguien que sabes que siente genuino interés por ti, que está esperando tu postal como si fuera la de su hermano o mejor amigo… algo que nunca sentí en alguna antigua sala de chat, por ejemplo. Por demás, las mensajerías y redes sociales actuales no abren nuestros círculos, los mantienen y cierran: rara vez hablas con alguien que no conoces o de quien no tienes referencia alguna, sino que te mueves constantemente entre tus ‘contactos’. Postcrossing golpea esa puerta y te invita a explorar.

Llevo casi tres años como parte de esta comunidad y más de 100 postales recibidas de 25 países distintos, desde Rusia hasta Australia, pasando por Tailandia, India, Turquía y casi toda Europa. Dado que aún no hay muchos compatriotas inscritos –493 hasta hoy–, para muchos de mis destinatarios la mía ha sido la primera postal chilena que han recibido y me agradecen con alegría infinita. He conocido chicos de 12 años descubriendo las estampillas, abuelos de 90 que no quieren sentirse solos, parejas que escriben por diversión o profesoras que llenan sus salas con postales de ciudades y sellos internacionales para que sus alumnos, a veces de realidades vulnerables, puedan viajar a través de piezas enviadas por personas reales, con nombres y letra visible, no simples usuarios virtuales con avatares falseables. He coleccionado anécdotas y emociones, como la de una entusiasta parvularia en Nueva Zelanda que me pidió uno de mis libros infantiles para leerlo a sus niños. Meses después había un post en la fanpage de la guardería con fotos de la lectura en voz alta y yo, obvio, llorando. He recibido postales de bibliotecarias en EEUU pidiendo que las visite, de un niño alemán invitándome a su cumpleaños, de un ucraniano confesándome a mano alzada que su sueño es conocer el desierto de Atacama … Y todo eso, paradójicamente, gracias a Internet. La world wide web juntó a un montón de románticos desconocidos, tan disímiles en idiomas y culturas, que se niegan a conformarse con una pantalla táctil, convencidos de que la humanidad merece continuar en contacto, en verdadero contacto, a través del calor de la letra manuscrita, un papel y un sello postal. Ahí estamos y ahí seguimos. ¿Quieres unirte? En postcrossing.com están todos los detalles. Ya estamos por cumplir el hito de 50 millones de postales recibidas. Porque el correo no puede morir.

 

Fran Solar

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