5 septiembre 2018

En busca de la conexión real

Romi2

Soy de la muy vieja escuela, así que las plataformas tipo Tinder no me son útiles. No las enjuicio para nada, ya que parecen ser eficientes para muchos; me refiero a que no me ofrecen lo que me interesa o necesito en el intrincado ítem de la búsqueda amorosa. Confío mucho en mi intuición y observación (¿les conté que hice un adiestramiento en lenguaje no verbal como parte de mi especialización en psicología forense? ¿No? Ahora saben), así que es indispensable para mí conocer en persona al susodicho, observarlo interactuar con otros en distintas situaciones, antes de siquiera considerar salir con él. En castellano, necesito que primero sea mi amigo, porque ese paso de confianza me lleva con mayor certeza al siguiente nivel. Muy ochentero, lo sé. En ese sentido, veo a Tinder como un catálogo de disponibilidad, no de (necesariamente) viabilidad, donde la información sobre el otro es tan insuficiente que no dista mucho de una clásica cita a ciegas. Me valen poco las fotografías bien posadas o los currículums llenos de logros con aroma a Nobel: tu voz, la forma en que mueves las manos y las palabras que escoges te delatan más rápido que el lazo dorado de la Mujer Maravilla. En mi columna pasada les decía que ninguna mensajería podrá jamás reemplazar la presencia en vivo de la otra persona. La atracción o conexión invisible de una mirada cómplice tampoco, y algunos humanos necesitamos ese paso antes de la primera cita, no después.

Sé que muchos están pensando que pasé de largo la herramienta de chat. Que hablar con el tipo/chica que seleccionaste del catálogo te permite conocerlo/a mejor antes de salir y asunto arreglado. No, pues. ¿Ya olvidaron lo del “teclado aguanta todo”? Un estudio realizado por el laboratorio de redes sociales de la Universidad de Stanford, donde se analizaron cerca de 3.000 mensajes enviados a través de apps de citas, categorizó las mentiras más comunes que utilizan sus usuarios para concretar sus conquistas, simplificándolas en tres. Sí, la gente miente en las conversaciones virtuales. Oh, sorpresa. ¿Y cuáles son las clásicas triquiñuelas? Esto es un aviso de utilidad pública –para quienes las usan y para quienes las sufren–, así que a-ten-ción.

Mentiras de autopresentación. Son las mayoritarias (40%) y se refieren a aquellas que buscan transmitir una imagen distinta de la real para parecer más atractivos. Colgar una foto de hace seis años cuando tenía más pelo o cuando estaba más flaca, los enchulados con photoshop, decir que va al gimnasio tres veces a la semana cuando en realidad sólo va una y cuando se acuerda, son algunos ejemplos. Seguro a ustedes se les ocurren más. Este error es muy amateur, no sólo por lo fácil que es descubrirlo, sino porque quien lo comete está obviando la lección más básica de todas: en gustos no hay nada escrito. Un amigo tiene una predilección muy genuina por las chicas de talla 42. Yo huyo de los cuerpos masculinos demasiado tonificados. Lo que tú consideras atractivo puede ser todo lo opuesto para tu vecino. ¿Cómo podrías encontrar a alguien con quien construir un vínculo real, si no te atreves a mostrarte tal cual eres? Ahí afuera anda ese chico que ama las melenas rizadas, y aquí estás tú, alisándote a la fuerza.

Mentiras de acuerdos breves. “¿Te gusta bailar?” “Obvio”, responde él/ella, y resulta que la última vez que puso un pie en una pista fue en su graduación de IV medio. Ni hablar de las mentiras sobre los libros que leen o qué tan habitué son de los restaurantes de moda. Pongámonos serios. ¿De qué sirve falsear tus gustos, habilidades o intereses, si cuando menos lo esperes quedarás en evidencia? Ahórrate la humillación. Ser una orgullosa versión de ti mismo atraerá a las personas correctas, a quienes te valorarán y querrán en autenticidad, y donde habrá terreno fértil para, si no una relación, al menos una amistad sincera y duradera.

Mentiras de mayordomo. Le llaman así a las frases engañosas que, si bien intentan ser amables, nacieron para evitar interacciones no deseadas o muy temidas. Son las segundas más utilizadas en las conversaciones de apps de citas, llegando al 30%. Este es el clásico “hoy no puedo” para no parecer desesperado. “Sorry, tengo un cumpleaños, pero salgamos la próxima semana”. Hacerse el interesante, jugar con las posibilidades y el misterio. Creo que es la única mentira que, aunque no comparto, sí logro comprender por qué sucede. Demostrar abierta y tranquilamente tu interés en alguien es de osados. El temor al rechazo es muy alto en estos tiempos y hay que ser muy valiente para correr el riesgo de ser transparente a la primera. Mentir es un mecanismo de defensa. En serio lo entiendo, y no pretendería solucionar con una frase algo que puede llevar años de terapia. Sin embargo, véanlo por el lado práctico: demostrar tu interés sin juegos hace que capitalices mejor tu tiempo. Mientras antes digas lo que sientes, antes sabrás si el otro está en la misma sintonía; si lo está, todo avanza mejor, y si no lo está, ambos pueden tomar sus caminos con dignidad antes de que alguien salga realmente herido. Suena bien, ¿no?

Ya sé, ya sé. Del dicho al hecho hay mucho trecho. La tecnología facilita que evadamos y nos ocultemos, y eliminar la práctica de estas mentiras requiere mucha paciencia, coraje y autoestima. De todas maneras, y porque obviamente no todo es tan malo, la gran conclusión del estudio de la U. de Stanford fue bastante alentadora: la mayoría de las personas que busca pareja a través de estas populares apps no miente con regularidad, pero los que sí mienten lo hacen de forma grotesca y persistente. Buen dato, creo yo, pues los mentirosos compulsivos son muy fáciles de identificar si se está atento a las señales correctas y, gracias al Pulento, son los menos. El resto son sólo personas nerviosas, torpes y muertas de nervios frente al sexo opuesto, eligiendo el intento de selfie número veintisiete para la foto de perfil. Somos (casi) todos. Pero hay chances fuera del celular, en la universidad, en la pega, en tu barrio. La vida virtual nos ha puesto miedosos y cómodos. Encontremos fuerzas de flaqueza para mirar más lejos. Quizá descubramos otra alma, ochentera o no, con ganas de algo real.

Fran Solar

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